El ángel guardián
Claudia Aranda es una de las líderes de un grupo creado a raíz del secuestro de la iglesia de La María, en Cali, para apoyar a otras víctimas del secuestro
A la caleña Claudia Aran- da Molano le cambió la vida el 30 de mayo de 1999 a las 11:10 de la mañana. En ese instante en que su mamá la llamó a decirle que había oído por radio que su hermana Virginia, su cuñado y sus dos sobrinos, de 6 y 8 años, habían sido secuestrados en la iglesia de La María, Aranda dejó de ser una abogada inmobiliaria común y corriente para convertirse en el hombro incondicional de las víctimas del secuestro en Cali.
Inmediatamente colgó el teléfono, y aún sin creer que fuera cierto, salió hacia la iglesia y de allí hacia Jamundí, donde supuestamente el ELN liberaría a los niños. Hasta las 11 de la noche Claudia esperó a su hermana, que no fue puesta en libertad sino 17 días después. Diecisiete días de sufrimiento e incertidumbre durante los cuales Claudia y los familiares de los otros secuestrados de La María decidieron abrir en el parqueadero de la plaza de toros la ‘Zona de distensión de La María para civiles desarmados’ con el fin de enfrentar juntos el secuestro de sus familiares.
Montaron un carpa blanca de seis por 12 metros y consiguieron un contenedor, en el que guardaban de noche los papeles, dos mesas, dos teléfonos y los 15 asientos que iban ocupando los familiares desde por la mañana hasta por la noche, y a veces, si el deseo de no estar solo era muy grande, hasta la madrugada.
“El secuestro te cambia la vida, afirma Claudia. Uno se vuelve monotemático y no quiere hablar sino de eso”. Y si bien los amigos escuchan, nadie es mejor compañía en esos momentos que el que ya pasó por ahí o el que está sintiendo lo mismo. Por eso la zona de distensión se creó sin ninguna pretensión diferente a la de rechazar masivamente el secuestro y servir como sitio de encuentro para aquellos que padecen la angustia de tener un ser querido privado de la libertad. “La idea era que la persona no se sintiera sola”, dice Claudia, viuda hace siete años, quien a pesar de la liberación de su hermana y de su cuñado seis meses después, siguió acudiendo todos los días por si alguien necesitaba con quién hablar.
Después de que liberarán al último secuestrado de La María el 10 de diciembre del año pasado, levantaron la zona para recuperar fuerzas y la reabrieron en marzo como una corporación sin ánimo de lucro para dar ayuda humanitaria a las víctimas del secuestro. Algunas semanas no llegaba nadie, en otras tres o cuatro familias. A las casi 150 personas que acudieron durante este año Claudia y las otras 20 personas que se turnan con ella la atención de la ‘zona’ les entregan información útil para manejar un secuestro, parte de ella diseñada por la Fundación País Libre. Pero, sobre todo, los escuchan y les hablan de su propia experiencia.
Tal vez esto, que les reafirmaran que nada les pasaría a sus familiares, era lo que buscaban los familiares de los secuestrados del Kilómetro 18 cuando, desesperados y sin saber qué hacer, fueron llegando de uno en uno a la plaza de toros al día siguiente de ese fatídico domingo cuando el ELN volvió a realizar un secuestro masivo en las afueras de Cali.
Durante los 45 días que duró ese secuestro los voluntarios de esta ‘zona de distensión’, pero sobre todo Claudia y Cecilia de Martínez — quien fue secuestrada en La María — no desampararon ni un día a los familiares. Los orientaron, los consolaron y, por encima de todo, les infundieron fuerza con el argumento de que todos los secuestrados en la iglesia habían regresado vivos. Por eso cuando murió el médico Miguel Alberto Nassif se les rompió el esquema. “Cuando se muere Miguel Alberto yo me preguntaba, ¿qué les brindamos ahora? ”, dice Claudia. Nada más —fue su conclusión— que un abrazo de alguien que entendía su dolor porque ya lo había vivido.
Cuando termine la temporada taurina el 15 de enero el equipo de la Corporación reabrirá la ‘zona de distensión’ en el parqueadero de la plaza de toros porque Claudia y sus otros compañeros dicen que seguirán su labor, que ahora incluye charlas en los colegios y la recolección de firmas de ciudadanos que autorizan al Ejército para que los rescate en caso de ser secuestrados, hasta que se libere al último de los más de 2.500 colombianos que se encuentran en cautiverio. “Es que los verdaderos héroes anónimos de este país son los miles de secuestrados que hay en Colombia en este momento”, afirma Claudia, otra de las víctimas de esta guerra que convirtió su tragedia en una oportunidad para ayudar a otros.